• Mitre en vivo
  • CNN en vivo
  • La 100 en vivo
  • Teatro tronador
  • Marca Deportiva
  • Bienestar y Salud
  • Facebook
  • Twitter
  • Instagram
El Marplatense
  • Deportes

    Argentino hasta la muerte

    21 de diciembre de 2020 - 11:46
    Argentino hasta la muerte
    Ads

    Solo de toda soledad, en una habitación improvisada a merced de una mímica de cuidado genuino y en el centro de una letal telaraña de hipocresía, desidia y crueldad: así se marchó Diego Armando Maradona.

    Así se nos fue a los 25 días de haber cumplido 60 años, una edad de relativa juventud en una era de creciente expectativa de vida y sin embargo sobrecargada al extremo, de orilla a orilla entre las carencias y el glamour, placeres costosos, la cresta de la ola, los cuarteles de invierno y un tobogán cifrado por afectos de lazo roto, pulsiones tóxicas y melancolías sin retorno.

    Ya sabíamos, puesto que la del ser humano es también la historia de un par de certezas sombrías, que todos somos mortales y que no hay perfección en la muerte, pero desconocíamos que tan luego Maradona, "El Diego de la gente", se aproximaría al suspiro último y definitivo de la forma que en que la vida lo confrontó y lo castigó.

    Sin la compañía de ninguna de sus mujeres amadas en general y de la última en particular (¿Rocío Oliva?), sin sus hijos, sin sus amigos, sin sus compañeros de travesía futbolera o del orden que fuere, ni de una sola de las personas más significativas de su derrotero existencial.

    Nacemos solos y morimos solos, admitido, pero por inapelable que sea la metáfora, siempre puede emerger un islote de acompañamiento, de sostén y de bálsamo, dispensas de la vida o del destino de las que Maradona careció.

    Y si es por carecer, también careció de una despedida que merecía con holgura, a pesar de los pesares y de sus pesares, a pesar de sus errores, de sus gestos fallidos o impropios: a pesar del lado oscuro de su luna, que ni por asomo fue el elemento más relevante en el inventario de su vida.

    Había soñado con ser embalsamado o en todo caso que a ninguno de sus idólatras se le negara la posibilidad de despedirlo, de honrarlo con una mirada, una palabra, un gesto de conmovida y encendida gratitud, pero la impronta de sus ceremonias póstumas resultó apresurada, precipitada, caótica y, por extensión, incompleta.

    En cierta medida, el universo extra argentino, de norte a sur del planeta (ni hablar del sur de la desconsolada bota napolitana) se abocó a despedirlo con mayor entidad, con más detalle y mejor gusto: doler, duele, pero es la verdad.

    ¿Habrá margen, tiempo y espacio para un acto de reparación?

    Quién sabe: los grandes exponentes de la historia de la humanidad reposan en la eternidad de una localización geográfica de acceso sencillo y acorde: ¿Por qué no abogar por un Maradona de mausoleo?

    Se dirá, con asidero, que en Bella Vista su cuerpo remite a una vecindad con el de sus padres, pero Maradona trascendió de forma sideral la sola condición de hijo de doña Tota y don Diego.

    ¿Fue el mejor futbolista de cuantos ha habido o uno de los mejores? Qué más da. Con independencia de cómo lo considere el autor de estas líneas (menos completo que Pelé, menos perfecto, pero más bello, y nada hay más perfecto que la belleza en grado sumo), así fue considerado.

    Y si por ser considerado, asimismo deidad universal, ídolo químicamente puro: portador de dones que no se venden en los bazares, trébol de cuatro hojas, rara avis virtuosa, luminosa y carismática capaz de resistir las analogías con los otros gigantes del deporte argentino.

    Demasiado español Di Stéfano; demasiada sobriedad en el tono agrícola ganadero en Fangio; Guillermo Vilas muy replegado en los vericuetos de su propio Yo; Carlos Monzón más áspero que chispeante; Emanuel Ginóbili cómodo en su ropaje políticamente correcto y Messi entre el Cielo y el Invierno de su refinada asepsia.

    Maradona: el hombre del fuego que doró sus panes más crocantes dentro de la cancha y el del fuego de los placeres terrenales que consumió y lo consumieron.

    Maradona y el Diego un solo corazón, indiscutible gema de esa suculenta abstracción llamada argentinidad, animal futbolero, virtuoso, vicioso, copioso y político, pero sin rango homologable con las máximas sanmartinianas o las verdades peronistas.

    Sideral como fue, como es y será, héroe del sur identificado e identificable con los desposeídos, no hay testimonio estricto de una doctrina maradoniana ni tampoco un ideario futbolero de cuño maradoniano: fue ocurrente, pirotécnico y sentencioso, pero las exuberancias no cancelaron las insuficiencias.

    Maradona fue lo que fue: un sabio de 105 x 70 cuyas destrezas, que iluminaron de norte a sur del planeta, nacieron y murieron con él. Su babel de haceres y decires perviven en YouTube, en los portales, en la memoria, en el recuerdo, en la potestad de la siempre arbitraria vara de las interpretaciones… y en el bronce.

    ¿Se fue? ¿Lo dejaron ir? ¿Quiso irse?

    Maradona ya no está entre nosotros. Pulsa, eso sí, el expeditivo crepitar de la hoguera de las vanidades y los intereses, los reproches, las verdades a medias, descontadas o inferidas, el sombrío carnaval de los leguleyos, la sugestiva vacante del portador de la entidad moral necesaria como para lanzar la primera piedra, la compartida y unánime tentación de pagarle con el atroz destino de Túpac Amaru.

    AUTOR

    El Marplatense
    El Marplatense
    Ads
    Ads
El Marplatense
NOSOTROS
  • Marca Deportiva
  • Acerca de Nosotros
  • Teléfonos útiles
  • Teatro tronador
  • Mitre en vivo
  • CNN en vivo
  • La 100 en vivo
SECCIONES
  • Locales
  • Transito
  • Policiales
  • Interés General
  • Salud y Bienestar
  • Provinciales
  • Nacionales
  • Mundo
  • Agro
  • Puerto
  • Info Empresarial
2025 | El Marplatense| Todos los derechos reservados: www.elmarplatense.comEl Marplatense es una publicación diaria online · Edición Nº 3289 - Director propietario: WAM Entertainment Company S.A. · Registro DNDA 5292370
Términos y condicionesPrivacidadCentro de ayuda
Powered by
artic logo