Día Mundial del Whisky: una bebida con siglos de tradición
Se conmemora cada tercer sábado de mayo. Un gusto de tradición internacional, que tiene un crecimiento importante en Argentina.
Cada tercer sábado de mayo, el mundo alza sus copas para conmemorar el Día Mundial del Whisky. Este evento, nacido en 2012 de la mente de Blair Bowman, un joven escocés apasionado por esta bebida, se ha convertido en un fenómeno global que une a aficionados, destiladores y marcas en una celebración de la historia, la artesanía y la cultura del whisky.
El principal objetivo de esta jornada es promover la riqueza del whisky, una bebida con siglos de tradición que va más allá de Escocia, su cuna histórica. Desde los single malts de las Highlands hasta los bourbons de Kentucky o los innovadores whiskies japoneses, el Día Mundial del Whisky invita a explorar su diversidad. Catas, festivales y charlas en destilerías y bares de todo el mundo sirven como escenario para educar sobre los procesos de destilación, el envejecimiento en barricas y los matices que hacen única a cada variedad.
Pero la celebración no sólo es un deleite para el paladar. Es también un reconocimiento a los maestros destiladores, cuya mezcla de ciencia y arte produce verdaderas obras líquidas, algunas maduradas durante décadas. Además, fortalece una comunidad global de entusiastas que comparten su pasión en eventos presenciales y virtuales, desde Edimburgo hasta Tokio.
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El Día Mundial del Whisky también subraya el impacto económico y cultural de esta industria. En países como Escocia, el whisky no es sólo una bebida, sino un pilar de la identidad y una fuente de ingresos millonarios por exportaciones y turismo. En 2024, sólo el whisky escocés generó más de 6000 millones de libras en ventas internacionales, según datos de la Scotch Whisky Association.
Argentina y la experiencia del whisky
En la última década, Argentina ha irrumpido en la escena global del whisky con una propuesta que combina tradición escocesa, innovación local y el carácter único de su geografía. Desde las laderas patagónicas hasta las alturas de los Andes, un puñado de destilerías artesanales está redefiniendo el panorama de esta bebida, antes dominado por blends nacionales de bajo costo o importaciones premium. Con un mercado que mueve más de 11 millones de litros al año, el whisky argentino no sólo busca un lugar en los paladares locales, sino también en el exigente circuito internacional.
El punto de inflexión llegó en 2011 con La Alazana, la primera destilería de whisky single malt del país, fundada por Néstor y Lila Serenelli en Lago Puelo, Chubut. Inspirados por las técnicas escocesas, los Serenelli apostaron por un proceso artesanal que abarca desde el cultivo de cebada hasta el añejamiento en barricas de roble. Su whisky, madurado con agua de deshielo cordillerano y el clima fresco de la Patagonia, ha cosechado reconocimientos como la medalla de oro en la Scottish Craft Distillers (2015) y otra en Bulgaria (2018). “La Patagonia es ideal para el whisky: el agua pura y las temperaturas bajas potencian un añejamiento único”, asegura Néstor.
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A este pionero le siguieron otras destilerías como Madoc, en Dina Huapi, Río Negro, liderada por Pablo Tognetti. Este físico del Instituto Balseiro, tras diseñar los equipos de La Alazana, fundó su propia marca en 2015. Madoc, que rinde homenaje a un príncipe galés, elabora un single malt que ganó la medalla doble oro en la San Francisco World Spirits Competition (2019). Con una producción limitada de 5000 a 6000 botellas anuales, Tognetti prioriza la calidad: “Queremos pocas botellas, pero perfectas”.
En Mendoza, The Williams Casanegra lleva la innovación a otro nivel. Los hermanos Williams añejan su Single Malt Andino a 5000 metros de altura en el paso Agua Negra, San Juan, creando el whisky más alto del mundo. “La altitud extrema da un añejamiento más sutil, con mayor elegancia”, explica Gabriel Williams. Este proyecto, que retoma el legado de su bisabuelo, un destilador británico radicado en San Juan, apunta a la exportación con un producto que destaca por su equilibrio y complejidad.
No todas las propuestas son puramente artesanales. La Orden del Libertador, de Ezequiel Domínguez y Niovi Angelidi, innovó al perfeccionar whiskies en barricas de Malbec, una primicia mundial lanzada en 2017. Aunque inicialmente importaban maltas escocesas, hoy trabajan con destilerías locales para lograr un producto 100% argentino. Por su parte, Barricada, del reconocido bartender Julián Díaz, elabora un single grain añejado 12 años con un toque final en barricas de Malamado, un Malbec fortificado. Estas iniciativas, aunque pequeñas, compiten en precio con importados de alta gama, lo que las convierte en “figuritas difíciles” para coleccionistas.
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Con este panorama, el whisky argentino gana terreno. La calidad de los granos locales, el agua pura de la cordillera y el apoyo de instituciones como el INTA, que desarrolla cebada específica para whisky, son pilares de este auge. Destilerías como EM&C en Luján, con su Pampa Single Malt, o Casares, fundada por el médico Ricardo Satulovsky, suman diversidad al portafolio nacional.
Con exportaciones incipientes y un turismo creciente en torno a las destilerías, el whisky argentino no sólo es una bebida: es un relato de pasión, paciencia y orgullo patrio. Como dice Lila Serenelli, “es una locura hermosa que está dejando un legado”. En un país conocido por su vino y su fernet, el whisky artesanal se abre paso, botella a botella, hacia el reconocimiento global.
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