Rob Reiner: el director invisible detrás de algunos clásicos inolvidables
La muerte trágica del realizador nos lleva a recordar un período notable de su carrera, con íconos como “Cuenta conmigo”, “Cuando Harry conoció a Sally” o “Cuestión de honor”.
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La noticia de la muerte del director Rob Reiner fue una de esas que trascendió el universo de los cinéfilos, por la crueldad del hecho y por la shockeante revelación de que su propio hijo fue el asesino. Más propia de las páginas policiales que de las revistas del espectáculo, ocultó para la mayoría que se trató de uno de los tipos más brillantes que atravesó la televisión y el cine norteamericano, como productor y como director, incluso como actor en participaciones icónicas. Tal vez, también, porque si bien dirigió algunas de las películas más recordadas de los 80’s y 90’s, su estilo siempre prefirió la sobriedad del invisible a la presencia del autor.
Reiner nació el 6 de marzo de 1947 en el Bronx, Nueva York, y su relación con el mundo del espectáculo fue inevitable. Su madre era la actriz Estelle Lebost y su padre nada más y nada menos que Carl Reiner, director de algunas de las comedias más importantes de la historia como The Jerk, con Steve Martin. Carl Reiner fue una leyenda porque además vivió hasta los 98 años: murió en 2020.
Si bien comenzó como actor en televisión en los años 60’s, la participación que convirtió a Rob Reiner en figura fue en 1971 en la sitcom All in the family, donde interpretó a Michael “Meathead” Stivic, un joven liberal enfrentado ideológicamente a su suegro conservador, algo que terminaría siendo bastante cercano a su figura pública: Reiner era un reconocido demócrata. De hecho, las crónicas de la semana dieron a conocer que la noche de su muerte tenía una cena programada con Michelle Obama.
Obviamente que había algo genético en el torrente sanguíneo de Reiner que lo llevaba por el camino de la comedia. Como actor su presencia estuvo mayormente vinculada al género, aunque progresivamente la figura del productor (fue clave para sostener en pantalla la emblemática Seinfeld) y el director le iría ganando al intérprete. No obstante, su presencia siempre convocaba a la risa, había algo en su presencia que lo volvía querible. Su filmografía como actor, aunque acotada, es envidiable: tuvo participaciones en Sintonía de amor, Disparos sobre Broadway, Tienes un E-Mail, EDtv, fue el padre de Zooey Deschanel en la sitcom New girl y últimamente se lo podía ver con un personaje muy gracioso en la exitosa El oso. Aunque, claro, todos lo recordaremos de este lado de la pantalla como el padre de Jordan Belfort en la arrolladora El lobo de Wall Street de Martin Scorsese.
Pero, como decíamos, su presencia más destacada en Hollywood fue como director. Y hasta podríamos medirlo en tiempo: entre 1984 y 1995. Si bien luego de esa fecha siguió dirigiendo, nunca alcanzaría el nivel de interés que alcanzó con las películas de aquel período. De su último tiempo podemos destacar el graciosísimo documental Albert Brooks: Defending my life, una película que sólo un tipo con un gran conocimiento de la comedia podría lograr.
Como decíamos, la clave de Rob Reiner director está en aquellos años. En 1984 comenzaría un camino inigualable con This Is Spinal Tap, una comedia de culto que marcó el camino para ese querido subgénero del falso documental. Una película centrada en una banda de metal ficticia, que sin embargo se terminó volviendo real porque mucha gente que miraba la película creía que lo era.
Dos años después dirigiría una de las películas más emblemáticas del cine adolescente de los 80’s, Cuenta conmigo, basada en el libro de Stephen King. Ese recuerdo de infancia hermoso, un relato sobre la amistada plagado de grandes e inolvidables momentos, hecho con la materia de los sueños. Y de las pesadillas, si recordamos aquella viñeta sobre el concurso de comer pasteles.
Tal vez por el éxito de esa película, Reiner se involucró en 1987 con La princesa prometida, otra gran película que se metía con los cuentos clásicos y los relatos de aventuras, en una película que tenía al inolvidable Peter Falk como un abuelo que le contaba un cuento a su nieto. Otra vez el relato dentro del relato, la mirada sobre la ficción y la realidad.
Y si hablamos de películas emblemáticas de aquella década, Reiner clausuraría la comedia romántica con Cuando Harry encontró a Sally, una de las mejores en su género, un film inolvidable con Billy Crystal y Meg Ryan en estado de gracia, convirtiéndose en estrellas estelares. Con algunas de las mejores líneas de diálogo, con señas acerca de sus inspiraciones (indudablemente Woody Allen), momentos que quedarán para siempre como el del orgasmo en el restaurante y una de las mejores declaraciones de amor de la historia.
Si hasta ahora la carrera de Reiner director parece imposible de seguir, saltando de la comedia satírica al relato adolescente a la comedia romántica para adultos, luego llegaría Misery, otra vez sobre el universo de Stephen King. Un film de suspenso perfecto, que disimula notablemente su carácter teatral, con dos actuaciones memorables. Obviamente hay temas que demuestran cierta obsesión de Reiner, especialmente la figura del escritor, del relato y de la manera en que la ficción se mezcla con la realidad.
En 1992 estrenaría otro de sus hits, Cuestión de honor, una película de juicios perfecta con un elenco incandescente: Tom Cruise en su etapa de buscar premios, Demi Moore como la actriz del momento y Jack Nicholson, al que la película le guardaba un monólogo final memorable, y aquella línea gloriosa y para la posteridad de “¿La verdad? ¿La verdad? ¡Usted no puede manejar la verdad!”.
La etapa gloriosa de Rob Reiner como director culminaría con, tal vez, una de sus películas menos celebradas de ese período, pero grandiosa igualmente: Mi querido presidente. Con Michael Douglas y Annette Bening, Reiner lograba que podamos creer en una historia de amor protagonizada por el presidente de Estados Unidos. La comedia romántica estaba en el centro de la escena, pero Reiner construía una película con aire clásico que mostraba dónde estaban los signos de ese cine, en el Hollywood del pasado.
Luego la carrera del director comenzó a los tropezones, entre la búsqueda de premios y la necesidad de repetir sus propias fórmulas como una manera de recuperar terreno. No lo logró, pero no importa: era ya una figura respetadísima y venerada. Encontrarse con alguna de estas películas en el cable o en las plataformas es la invitación a abrir la puerta a grandes momentos y a olvidarse la realidad por un momento, casi como contradiciendo el horrendo final que tuvo la vida de Rob Reiner.

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