Límites con los hijos: el difícil pero necesario rol de los padres en la formación de hábitos
La psicóloga Ileana Coppola analiza por qué a veces los adultos fallan en poner límites a los niños y cómo esto afecta su formación. Advierte que la educación comienza en casa y que marcar rutinas es clave para desarrollar habilidades que les permitan integrarse a la vida en sociedad.
Establecer límites claros en la crianza de los hijos puede resultar una de las tareas más complejas para madres y padres. Muchas veces, por temor al desamor o por buscar la simpatía del niño, los adultos evitan ejercer el rol formativo que implica marcar reglas, rutinas y normas de convivencia. Sin embargo, según la psicóloga especializada en vínculos Ileana Coppola, esta es una tarea esencial si se pretende que ese niño, en el futuro, sea un adulto autónomo, respetuoso y con capacidad para alcanzar sus objetivos.
“Los padres tienen que darle al niño herramientas para estar en el mundo, no solo en el microclima del hogar”, advierte Coppola. Para ello, es necesario entrenar las denominadas funciones ejecutivas del cerebro, es decir, aquellas que permiten organizar, planificar y seguir una secuencia de acciones cotidianas. Por ejemplo, saber qué pasos seguir para prepararse para ir al colegio, o cómo colaborar con las tareas domésticas.
Este entrenamiento debe comenzar desde muy temprano. “Ya desde el octavo mes de vida se puede empezar a marcar rutinas. El cerebro necesita práctica para adquirir una habilidad”, explica. Por eso, la niñez es la etapa clave para enseñar hábitos de orden, aseo, conducta y respeto, ya que más adelante, en la adolescencia, instaurarlos se vuelve mucho más difícil.
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En contraste con la crianza de décadas anteriores, donde predominaban límites rígidos y disciplina estricta, hoy muchas familias caen en el extremo opuesto: “En lugar de repetir lo que vivieron, los padres quieren evitar todo tipo de frustración. Pero eso va en contra del desarrollo de las funciones ejecutivas”, señala Coppola, y advierte que esa permisividad puede derivar en adolescentes rebeldes y desorganizados.
La psicóloga hace énfasis en que poner límites no implica violencia ni autoritarismo: “La autoridad no es agresión. Viene de la palabra ‘autor’, alguien que ya recorrió el camino y sabe lo que hace”. Indicaciones como no cruzar la calle sin dar la mano, saludar al entrar a un lugar o colaborar con la limpieza del hogar, forman parte de una enseñanza vital. “No es un entrenamiento militar, es la formación básica para vivir en sociedad”, sostiene.
¿Por qué entonces cuesta tanto marcar límites? Según Coppola, el problema radica en el temor al rechazo. “Muchos sienten que, si aplican una norma, dejan de ser queridos. Pero el amor verdadero también implica frustrar al niño cuando hace falta. Poner condiciones no es desamor: es formar”, asegura. Para ella, la crianza no debe basarse en la búsqueda de aprobación del hijo, sino en la construcción de una relación basada en el respeto, la contención y la enseñanza constante.
“El amor incondicional existe, pero también debe haber condiciones para convivir. La educación empieza en casa. Después no pretendamos que en el avión, en la escuela o en la calle, el niño se porte bien si en el hogar no se le enseñó lo que es el respeto”, concluye.
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