Halloween: entre la tradición celta, el marketing global y la pérdida del sentido.
Por Marcelo Gobello
¿Qué se festeja cuando se festeja Halloween? Cada 31 de octubre el mundo parece teñirse de naranja y negro. Calabazas, brujas, niños disfrazados y golosinas invaden calles, escuelas, locales comerciales y redes sociales. .
Halloween es hoy un fenómeno global, pero su origen se remonta a una celebración mucho más antigua, profunda y ajena al consumo: Samhain, la festividad celta que marcaba el fin de la cosecha y el comienzo del invierno. Samhain era un ritual de paso. Para los antiguos pueblos de Irlanda, Escocia y parte de Inglaterra, esa noche se abría una puerta simbólica entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
No se trataba de un festejo del "terror", sino de un momento de recogimiento y memoria, una jornada donde se recordaba a los antepasados y se creía posible comunicarse con ellos. El fuego, la tierra y el ciclo agrícola estaban en el centro de significados.
Con la llegada del cristianismo, la Iglesia decidió absorber este rito pagano y superponerle su propio calendario: el 1 de noviembre pasó a ser Día de Todos los Santos y el 2, el Día de los Difuntos. La noche previa, All Hallows’ Eve (“víspera de todos los santos”), con el tiempo terminó pronunciándose como Halloween.
Esa transición, más que una armonización, fue el inicio de una transformación cultural que se profundizaría siglos después en Estados Unidos, donde la fiesta adquirió su forma moderna: disfraces, juegos, calabazas talladas y el famoso truco o trato.
Pero el verdadero salto global de Halloween se da en el siglo XX, cuando Hollywood, la TV, la industria del juguete y las cadenas comerciales la convierten en un producto cultural exportable. La tradición espiritual se vuelve espectáculo. La comunión con los muertos se transforma en máscara, plástico y marketing.
Hoy, Halloween es una de las mayores fechas de consumo en países como Estados Unidos, superando incluso a celebraciones religiosas.
¿Por qué prendió con fuerza en países, como el nuestro, donde no existía? Porque Halloween llega con el poder del audiovisual, de las redes, de las franquicias, de la globalización cultural.
No se instala porque la gente “quiera recordar ancestros”, sino porque parece divertido, juvenil, colorido y replicable. Es un ritual fácil de copiar y rentable.
Sin embargo, en esta expansión global algo se diluyó: el sentido de origen. En muchas culturas con fuerte tradición de culto a los muertos —como en América Latina— existían formas propias y profundas de memoria: desde las ofrendas para el Día de los Muertos en México hasta las rosas y velas de los cementerios argentinos cada 2 de noviembre.
Frente a esas prácticas cargadas de silencio y afecto, Halloween se presenta como un espectáculo ruidoso. Un “juego” que muchas veces omite su raíz verdadera: reflexionar sobre la muerte, el paso del tiempo y el legado de quienes ya no están.
Halloween no es malo ni bueno en sí. Como toda fiesta, lo que significa depende de cómo se viva. Puede ser una excusa para socializar y disfrutar en comunidad. Pero puede ser también la prueba más visible de cómo una cultura globalizada puede recubrir de entretenimiento aquello que antes era sagrado.

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