Gary Coleman, la estrella infantil trágica de la popular serie “Blanco y negro”
Fue una de las figuras de la televisión en la década de 1980. Sin embargo, detrás de la alegría que destilaba su personaje de Arnold hubo una vida atravesada por múltiples dificultades, hasta su misteriosa muerte en 2010.
La vida de los niños estrella de Hollywood suele ser traumática, con su temprana exposición pública, una fama que no saben manejar y un entorno que se suele aprovechar de ellos. Gary Coleman, la estrella infantil de la icónica serie Blanco y negro, es una prueba cabal de ese cliché: nunca pudo despegarse de ese personaje, así como su cuerpo no pudo desarrollarse a partir de una afección en los riñones.
Coleman interpretó a Arnold Jackson en los 181 episodios de esa serie que vio aire entre 1978 y 1986. En ella, el señor Drummond era un hombre rico y blanco que adoptaba a dos chicos negros, cuya madre había muerto recientemente. Si bien los que la vimos recordamos la serie como una comedia simple que basaba su éxito en el carisma arrollador de Coleman, lo cierto es que allí se tocaron temas espinosos para la época como la bulimia o el abuso sexual a menores.
Y si bien Blanco y negro fue un éxito, en Estados Unidos resultó un fenómeno cultural que achicó la brecha entre los ciudadanos negros y los blancos. Más allá de que recibió críticas tanto de los blancos conservadores, que veían con desagrado la relación de los personajes, como de la comunidad negra, que renegaba de la figura del “salvador blanco” representada en el señor Drummond, la serie terminó siendo más conocida por algo que ocurrió con muchas ficciones televisivas de aquellos tiempos: ninguno de sus protagonistas pudo extender su carrera y quienes interpretaban a dos de los hijos, Todd Bridges (Willis) y Dana Plato (Kimberly), terminaron con serios problemas de adicciones.
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Sin embargo, la maldición de Blanco y negro alcanzó especialmente a Coleman, como se puede ver en el documental Gary, recientemente estrenado por la plataforma Max. La vida del actor fue un verdadero calvario, sólo suavizado por esa ficción y por lo que sucedía en la pantalla. Pero cuando se apagaban las luces, su vida volvía a ser una tortura.
Claro que Coleman la luchó desde joven. A los 5 años sufrió su primer trasplante de riñón, ya que había nacido con una enfermedad congénita que le causó nefritis, lo que detuvo su crecimiento. Esa característica sería indudablemente un arma de doble filo: por un lado le daría ese aspecto de niño eterno, explotada durante las seis temporadas de la sitcom, pero lo encasillaría en ese rol y le costaría conseguir personajes para la edad que tenía.
Sin embargo, al actor lo doblegó más el entorno que tenía que su dolencia. Entre su manager y sus padres, se quedaron con la mayoría del dinero que había ganado por la popular serie, lo que terminó hacia comienzo de la década de 1990 con acciones legales y un juicio ampliamente cubierto por los medios de comunicación norteamericanos. Pero más allá del éxito obtenido en el juicio, Coleman ya había perdido lo que quería: la sociedad dejaba de respetarlo, lo tomaba como un chiste y su presencia era más habitual en programas sensacionalistas y realities que en series o películas.
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Un ejemplo de cómo la fama se convirtió en la maldición de Gary Coleman se puede observar con un incidente que protagonizó cuando, totalmente alejado de los focos, obtuvo trabajo como guardia de seguridad en un centro comercial. Allí, ante la insistencia de un fan que quería su foto autografiada, terminó golpeándolo y enfrentándose a la Justicia, ahora como acusado. Al actor lo fastidiaba todo lo que tenía que ver con Arnold, especialmente su principal latiguillo: “¿De qué estás hablando, Willis?”, frase que el personaje repetía de capítulo en capítulo, incluso hasta tres veces por episodio.
Más allá del rencor que fue desarrollando contra la sociedad y de la conducta autodestructiva con la que se flagelaba, nunca dejó de esperar ese trabajo que lo devolviera a la fama o que al menos le sirviera para que le reconocieran sus dotes de actor. Y si bien no fue eso lo que encontró, sí gracias al rodaje de Church ball (una de esas películas indescriptibles que filmó en los últimos años de vida) encontró su lugar en el mundo: Utah, alejado de su familia, de las personas que lo conocían, incluso de sus pocos amigos fieles. Pero lo que fue en principio una buena idea, terminó siendo su último acto: allí conoció a Shannon Price, con la que se casó en 2007 y de la que se divorció un año después, aunque convivieron hasta el último día en una relación decididamente viciada por la violencia y los maltratos mutuos. Coleman llegó a poner una perimetral contra Price, pero la dio de baja para darle otra oportunidad.
Así como caótica fue su vida, su muerte no podía pasar desapercibida. Cargada de misterio, la versión oficial dice que tuvo un accidente, se desvaneció en la cocina y golpeó fuertemente con la cabeza, perdiendo mucha sangre. Arriba, en la habitación, estaba Price, quien ofrece un relato no muy confiable de esas horas: en la grabación de su llamado al 911 se la escucha demasiado fría y distante con lo que había pasado. A los dos días, contrariando lo que el propio Coleman había dejado escrito y firmado, aceptó que le quitaran la asistencia artificial. Murió el 28 de mayo de 2010 a los 42 años. Hay quienes acusan a Price de asesinato.
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Sólo por escasos momentos en su vida, Gary Coleman pudo disfrutar y ser feliz. Luego llegarían una sumatoria de desgracias personales que lo convertirían en un ícono de las estrellas infantiles trágicas. La maldición, su enfermedad que lo mantenía con el aspecto de ese niño del que quiso despegarse pero nunca pudo dejar atrás.
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