Danny DeVito director, la maldad viene en frasco chico
A partir del estreno de Los Roses recordamos la carrera como director del popular actor. Creador de películas inolvidables, su humor negro y salvaje resulta fascinante.
En el cuerpo de Danny DeVito se confirma una teoría que la gente tiene con los perros: cuánto más chiquito, más peligroso. Danny DeVito mide 1,47 y tal vez sea uno de los famosos más petisos de la historia, pero además es dueño de un sentido del humor, como actor y -sobre todo- como director, que no esquiva la incomodidad. Y esta semana que se estrenó Los Roses, nueva y desabrida versión de La guerra de los Roses, que DeVito estrenó allá por 1989, nada mejor que recordar a una de las leyendas más subvaloradas de Hollywood.
Su carrera como actor despegó en la década de 1970, en la que participó en algún clásico de esos tiempos como la oscarizada Atrapado sin salida, pero no fue hasta el éxito con la sitcom Taxi que su nombre no se convirtió en alguien mundialmente conocido. También, porque su personaje Louie De Palma serviría de modelo para construir una criatura prototípica que es más o menos con la que identificamos a DeVito: un tipo que puede ser encantador, pero también un poco ladino. Un carácter reptil que lo vuelva tan encantador como traidor. Seguramente por eso, otro amante del humor negro como Tim Burton, lo convocó para hacer de esa repugnante versión de El Pingüino en Batman vuelve. Ya casi no hay personajes como estos, y -aún peor- casi no hay actores como estos.
Si bien su carrera más notoria como director es posterior, DeVito ya venía experimentando desde los 70’s con cortometrajes y hasta dirigiría capítulos de Taxi. Y si el telefilm The rating game de 1983 llamó la atención, no sería hasta 1987 con el arribo de Tira a mamá del tren que comenzaría a mostrar dejos de gran autor cinematográfico. La película está inspirada en Pacto siniestro (también conocida como Extraños en un tren) de Alfred Hitchcock y junta a un tipo que quiere eliminar a su madre con otro (Billy Crystal) que quiere eliminar a su ex pareja. “Quise hacer una comedia negra que jugara con la idea de intercambiar asesinatos, pero con mi propio giro”, contó DeVito. Y es una comedia negra perfecta.
A partir de ahí, ese sería el registro que DeVito elegiría para sus películas como director, mientras como actor explotaba su poca estatura y su carácter virulento en comedias como Gemelos, junto a Arnold Schwarzenegger. Pero si hablamos de comedias negras, seguramente La guerra de los Roses de 1989 sea su gran obra maestra. “Fue sobre capturar la absurdidad de un matrimonio que se desmorona”, contaba el director y vaya que se lucía. Sobre la novela de Warren Adler, Michael Douglas y Kathleen Turner estaban perfectos en esta comedia que era realmente salvaje y destructiva, con el propio DeVito guardándose un personaje despreciable. Ver la nueva versión es descubrir cómo DeVito sabe contar la maldad desde un lugar que no precisa ningún contexto.
En 1992 daría un paso extraño en su carrera con el estreno de Hoffa, un film histórico y político, su único film basado en hechos reales, centrado en la figura del sindicalista trágicamente desaparecido, Jimmy Hoffa. Seguramente lo que se recuerde de aquella película es la actuación de Jack Nicholson y la extraña nariz que le hicieron en la sala de maquillaje. Sin embargo, es una película que mostraba el eclecticismo de DeVito, su interés en otros géneros y temas que no fueran comedias, algo que terminó relegando a su rol de productor: Pulp Fiction de Quentin Tarantino, Gattaca de Andrew Niccol, Un romance peligroso y Erin Brockovich, ambas de Steven Soderbergh, muestran su ojo atento en temas diversos y, también, en autores con potencia.
Su regreso a la dirección será en 1996 con Matilda, seguramente su película más reconocida, porque con el paso del tiempo ha ido ganándose un lugar como film de culto, pero también como una de las más libres reflexiones sobre la infancia. Sobre el texto de Roald Dahl, DeVito construye un film infantil alejado del paternalismo y la bobería. Y se divertía como un chico, principalmente interpretando al despreciable padre de la protagonista, pero además bromeando sobre cosas que ocurrieron en el rodaje: “Lo más difícil de Matilda fue evitar que los niños se metieran los dedos en la nariz en las tomas panorámicas”, contó en una entrevista.
El mundo infantil estaría otra vez en la mirada de DeVito director, aunque de manera marginal. Ya que Maten a Smoochy, su siguiente film de 2002, es una sátira salvaje sobre los programas de televisión para chicos. Con personajes patéticos, arribistas insoportables y un universo realmente tóxico que se distancia de esos mundos de algodones que aparentan ser los programas infantiles. Y para más detalle, los protagonistas eran Robin Williams (en tal vez su mejor actuación en cine) y Edward Norton, dos actores que habitualmente son insufribles, pero que aquí estaban en estado de gracia, seguramente por esa libertad para explorar sin culpas lo más oscuro que el gran DeVito habilita.
Al año siguiente DeVito estrenó la que sería su última película para cines hasta el momento, Dúplex. Si bien fue un fracaso comercial, desde lo artístico fue otro triunfo del director. Se valía de dos comediantes excepcionales como Ben Stiller y Drew Barrymore para contar la historia de una pareja que encontraba su lugar en el mundo. “Intenté mezclar humor negro con la frustración de ser propietario”, comentó DeVito y su película es una tortura para los dos jóvenes inquilinos que padecen a la noble anciana que vive en el piso de arriba (Eileen Essell, excelente). Otra vez el humor tiene esa carga de virulencia propia del mejor slapstick y las cosas se vuelven jodidamente divertidas. DeVito en su mejor forma.
Desde entonces, DeVito ha dirigido un telefilm (Queen B), varios cortometrajes y tiene inconcluso un film de título St. Sebastian, que es presentado como un drama sobre un grupo de sobrevivientes en la Rusia postapocalíptica después de una guerra nuclear. Sin dudas en este presente cine adocenado e incomodidad de marketing, se extraña una mirada voraz y salvaje como la de DeVito, que sin embargo nunca se abrazaba al cinismo o la misantropía. DeVito conoce la maldad, pero en vez de ponerse sentencioso sobre el mundo le saca toda la gracia.
Para comentar, debés estar registradoPor favor, iniciá sesión