Billy Idol en Buenos Aires: el rebelde que venció a la nostalgia
Por Marcelo Gobello
Billy Idol volvió a la Argentina y lo hizo con una potencia que reafirma por qué su figura sigue siendo una de las más queridas de la era dorada del rock de los ’80.
El pasado sábado, el Movistar Arena fue escenario de una celebración multitudinaria: una noche cargada de energía, con un Idol absolutamente en forma, disfrutando cada segundo y agradeciendo la intensa respuesta de un público que agotó todo y lo acompañó con fervor.
Desde la apertura con Still Dancing y Cradle of Love, la conexión fue total: Idol cantó, posó, se rió, habló —¡y mucho!— con la audiencia. Se lo vio contento, cómplice, humano. No vino a cumplir, vino a pasarla bien.
El show volvió a confirmar una verdad incuestionable: Billy Idol es Billy Idol… pero con Steve Stevens es mucho más. El guitarrista, socio eterno del cantante, se lució como un auténtico hechicero de las seis cuerdas. Su solo fue una clase magistral que mezcló locura eléctrica y sensibilidad acústica, incluyendo su guiño a la guitarra flamenca, género que ama y domina con maestría. También revolucionó al arena cuando deslizó homenajes a Zeppelin y Van Halen en medio del delirio general.
Detrás de ellos, una banda afiatadísima, con un gran bajista que sostuvo cada groove con autoridad rockera.
Una mención especial merece Kitten Kuroi, la cantante de apoyo que se robó flashes y aplausos. Su momento más brillante llegó con la balada vintage Love Dont Live Here Anymore, donde desplegó un caudal vocal imponente y una expresividad conmovedora. Idol la presentó con admiración, y el público respondió de pie.
El costado más punk del repertorio llegó con Ready Steady Go y más tarde en los bises con Dancing With Myself, auténticas postales de aquellos inicios combativos en Generation X.
Y antes del estallido que significó Rebel Yell, Idol compartió su clásica anécdota sobre el origen del tema: un cumpleaños compartido con Mick Jagger, Keith Richards y Ronnie Wood, bebiendo un bourbon llamado Rebel Yell. El trago —fuerte, ardiente, inolvidable— fue el disparador para una de las canciones emblemáticas de su carrera.
El clímax final llegó con White Wedding, himno eterno que terminó de sellar la comunión total con el público.
Hubo espacio también para material de sus últimos EPs y el nuevo álbum que está presentando, reafirmando que su obra continúa viva y que no está dispuesto a convertirse en pieza de museo. Idol mantiene chispa, actitud y entrega. Y Buenos Aires se lo agradeció con una ovación que retumbó en las paredes del Arena.
A sus 69 años, Billy Idol no se maquilla de rockstar: lo sigue siendo. Y eso se nota. Y se celebra.

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