Daniel Rosa tenía 39 años, una esposa, dos hijos y unas ganas de prosperar que no detenía ni un chaparrón furioso a la madrugada. Esos que encharcan las calles del barrio y lo obligaba a caminar apurado hasta el Centro de Contrataciones del puerto, frente al edificio de la Prefectura.
Estibador eventual, cuando la mañana todavía no asomaba en el horizonte, esperaba en la “Parada”, entre charlas y algún mate esporádico, la oportunidad de hacer la diaria. Esa chance tenía forma de Capataz, de alguna de las cooperativas con trabajo en el muelle, que lo elegía con el dedo para sumarlo a la cuadrilla.
Rosa conocía las miserias y el desamparo que cubren la actividad en el puerto de Mar del Plata. Un trabajo bien remunerado -2 mil pesos por un jornal de 6 horas- pero que demanda fuerza, mañas y donde el cuerpo pasa facturas temprano. Los huesos y tendones se cansan de sumar noches y días dentro de una bodega, a varios grados bajo cero.
Daniel venía de una familia de estibadores. Su padre, “Chiche”, fue veedor de las últimas elecciones del SUPA donde fue reelecto Carlos Mezzamico. Su tío, el “Cabezón” fue presidente de la Federación de Cooperativas de Actividades Portuarias y Afines.
Se había transformado en estibador eventual hace dos años, luego de quedarse sin lugar como sereno, en una playa. Le estaba haciendo frente a la vida, se estaba partiendo el lomo para llevarle el pan a su familia cuando dentro de la bodega del potero de Solimeno recibió la descarga eléctrica de una cinta transportadora.
Rosa alcanzó a avisarle a sus compañeros y se desvaneció sobre la cinta. Desesperados, los estibadores lo subieron en ese mismo globo que utilizan para remontar las pastillas de 20 kilos de calamar congelado. En el muelle iniciaron las tareas de reanimación. Todo fue en vano.
La muerte de Daniel Rosa expone la precariedad y el descontrol con la que se trabaja en los muelles del puerto. Los muelles parecen tierra de nadie o de todos: cualquiera suelda una baranda o repara el casillaje mientras un camión de combustible abastece un barco y una lingada de cajones sobrevela el muelle como un péndulo peligroso.
La industria es dinámica y en el puerto siempre hay urgencias. Pero no es suficiente motivo para que todo valga, que todo este permitido.
La anarquía suma accidentes leves, graves y trágicos. Rosa es el tercer estibador que muere en los muelles del puerto de Mar del Plata en los últimos 38 meses. En febrero de 2015 la cabeza de Sergio Gómez golpeó una de esas cargas de cajones en vuelo. Murió a los 6 días.
Patricio Mania era güinchero de la cooperativa Pezmar. El año pasado una mala maniobra terminó con el autoelevador que manejaba en las aguas interiores del puerto. Murió de un infarto. La ambulancia tardó 45 minutos en llegar.
La muerte de Rosa expuso las falsas promesas de Mezzamico y Martin Merlini. El dirigente se había comprometido a gestionar mayores controles y la ambulancia cuando murió Gómez. Lo mismo hizo ahora.
El Presidente del Consorcio en diciembre del 2016 anunció la instalación de un centro sanitario para la atención primaria y emergencias a los trabajadores del puerto. En ese lapso murió Mania, casi muere otro cuando se cayó al agua, a otro lo aplastó el brazo de una grúa.
Golpes, torceduras, manos lesionadas, brazos desgarrados… el centro sanitario que prometió la autoridad portuaria brilló por su ausencia. Tampoco llegaron los controles ni las inspecciones ni el Ministerio de Trabajo montó una oficina en la jurisdicción como dijeron.
Tuvo que ocurrir la descarga eléctrica fatal; los sueños apagados de Daniel Rosa depositado en un contenedor a la espera que lo levante la morquera, para que Merlini anuncie la llegada de un médico. De 7 a 19.
Para agente marítimo, ese es el oficio del Presidente del Consorcio, aprendió rápido las miserias de la política.