Un viaje en colectivo en tiempos del coronavirus
Por Germán Ronchi
Estamos sitiados por un virus o por imbéciles.
Piso las calles. Alberti más precisamente; en dirección a Sarmiento. Hay gente reunida en el café de la esquina. Transeúntes por doquier. Logro divisar a media cuadra, en dirección contraria a la mía, a una señora que mide los pasos, anticipando distancia con quienes se va a cruzar; soy uno de esos. Al acercarme logro ver que lleva un barbijo puesto; me relojea de arriba abajo.
Freno en un kiosco a comprar cigarrillos. La vendedora me atiende con guantes de látex. El vuelto, tres billetes. Llego a la parada del colectivo. Voy a encender un “pucho”. La mano que iría a los labios es la misma que sostuvo los billetes. Me detengo en medio de la acción.
Llega el colectivo. Subo sin tocar nada. Pago y me dirijo hacia un asiento. Para no perder el equilibrio en el arranque del colectivero, hago fuerza con las piernas. Me desplomo y me siento. El frío se percibe, hay ventanillas abiertas. Lo soportamos todos. La limpieza también se percibe, pero a través del olfato: mezcla de lavandina y alcohol.
Parada. Sube un hombre que estrecha la mano con el conductor; otros jóvenes amigos se despiden chocando los codos; un estrepitoso estornudo desde el fondo genera el sobresalto de una señora sentada en la mitad del colectivo que gira para mirar al causante y niega con la cabeza; hasta ayer, algunos parados, se abren de piernas formando un ángulo suficiente como para no perder la vertical ante cada frenada y así evitar tomarse de un respaldo o el caño sobre sus cabezas.
El vehículo gana la costa. No hay clases. Familias enteras caminan por la vereda y allá abajo en las playas, grupos de todos los rangos etarios, compartiendo mates, jugando a las cartas. Del otro lado, plazas repletas; la misma secuencia; abuelos hamacando a los nietos. También hay corredores; algunos se cruzan y chocan sus palmas, las mismas palmas con la que metros más adelante se secarán la transpiración de su rostro.
Estamos sitiados. La situación es grave; tanto que el gobierno debe prohibir por decreto para que se acaten las medidas preventivas, evitar la circulación y respetar el aislamiento. Debo ir a trabajar todos los días. La gente oscila entre la paranoia y la inconsciencia. Estamos sitiados, pero no sé si le temo más al colectivo o al inconsciente colectivo; si al virus o a la falta de consciencia social.