Semana de Mayo: historia, símbolos y la vigencia de un grito fundacional
Desde el 18 al 25 de mayo, Argentina revive una semana clave en su historia. Entre proclamas virreinales, cintas celestes y un Cabildo colmado, el país conmemora la gesta revolucionaria de 1810 y los símbolos que nacieron con ella.
Cada 18 de mayo, al iniciarse la Semana de Mayo, comienza también la costumbre de llevar la escarapela argentina en el pecho. No se trata de un simple accesorio patriótico: es uno de los símbolos más antiguos de la identidad nacional.
Instituida oficialmente en 1812 a pedido de Manuel Belgrano, y con los colores celeste y blanco inspirados posiblemente en los de la Virgen de la Inmaculada Concepción, según sostiene una de las versiones más difundidas, la escarapela fue el primer distintivo con el que los criollos comenzaron a diferenciarse del dominio español.
Aunque el Día de la Escarapela se celebra puntualmente cada 18 de mayo, por decisión del Consejo Nacional de Educación en 1935, su uso se extiende hasta el 25. Se la lleva del lado izquierdo, cerca del corazón, especialmente en actos escolares y ceremonias oficiales. Ese mismo símbolo, con el tiempo, inspiró los colores de la bandera nacional, creada también por Belgrano nueve días después.
¿Qué se conmemora exactamente durante la Semana de Mayo?
Según el historiador Felipe Pigna, la Revolución de Mayo no fue un estallido repentino, sino el resultado de una intensa serie de debates, conspiraciones y movilizaciones populares que se desarrollaron entre el 18 y el 25 de mayo de 1810. Todo comenzó con una noticia: la Junta Suprema Central de Sevilla, último órgano legítimo del gobierno español, había caído en manos de Napoleón. El virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros intentó aferrarse al poder, proclamando su intención de formar una regencia americana, pero fue superado por los acontecimientos.
Aquel mismo 18 de mayo, en cafés, cuarteles y casas privadas, los criollos comenzaron a organizar la resistencia. En la jabonería de Hipólito Vieytes y en la casa de Rodríguez Peña se gestó la ofensiva política que, días después, derivaría en la creación de un nuevo gobierno.

Las presiones populares crecieron rápidamente. El 21 de mayo, unos 600 hombres armados se concentraron en la Plaza de la Victoria, actual Plaza de Mayo, exigiendo la convocatoria a un Cabildo Abierto.
El 22, tras un debate feroz, la mayoría decidió que Cisneros debía cesar en el cargo. Sin embargo, el 24 el Cabildo lo designó presidente de una junta provisoria, decisión que indignó al pueblo y las milicias. Fue entonces cuando se produjo una ruptura definitiva. Según testimonios de la época, Manuel Belgrano llegó a jurar con su espada que, si el virrey no renunciaba antes de las tres de la tarde, él mismo lo haría caer por la fuerza.
El 25 de mayo, ante la presión de las masas y la falta de apoyo militar, Cisneros dimitió. Ese día se conformó la Primera Junta de gobierno patrio, integrada por Cornelio Saavedra, Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu, Juan Larrea, Juan José Paso y Mariano Moreno. La proclama leída en el Cabildo aludía a “la muy noble y muy leal ciudad de la Santísima Trinidad, Puerto de Santa María de Buenos Aires”, dando nacimiento, en términos políticos, a una nueva etapa en la historia del territorio.
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Muchos de los presentes llevaban en sus solapas cintas celestes y blancas, como las que hoy usamos en la escarapela, en señal de unidad y esperanza. Aquella jornada no fue solo la culminación de una semana clave, sino el inicio de un proceso independentista que cambiaría para siempre el destino de América del Sur.
A más de dos siglos, los ecos de ese grito popular, “El pueblo quiere saber de qué se trata” aún resuenan. Y la escarapela, como en 1810, sigue ahí: cerca del corazón.
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