Educación vial: aprender a hacer y aprender a pensar
No es raro escuchar que el problema del tránsito es la falta de educación. Ese tipo de afirmaciones son, en gran medida, reflejo de la creencia que sostiene que la educación es la solución para la mayoría de nuestros problemas. Esa creencia también se aplica a la educación vial que puede definirse como la transmisión y adquisición de conocimientos y de habilidades para un uso seguro, responsable y sustentable del transporte y la movilidad. En el contexto de esta nota se destaca el adjetivo “seguro” como elemento de esa definición. Si la educación vial debe propender al aumento de la seguridad del tránsito, evaluar su eficacia para lograr ese objetivo es de gran interés. Es decir, ¿logra la educación impactar en la reducción de los comportamientos de riesgo, en la disminución de las tasas de morbi-mortalidad, y en el aumento de comportamientos seguros?
Daremos un pequeño rodeo antes de responder esas preguntas. Un aspecto que a veces pasa desapercibido es que la educación vial se realiza principalmente de dos maneras distintas, aunque no excluyentes. Una declarativa, que se lleva a cabo a través de algún dispositivo similar al aula escolar y otra, activa y realizada en el contexto real, o en algún escenario análogo. Los aspectos sobre los que trabajan sendos procedimientos no son equivalentes. La educación declarativa se ocupa de los contenidos subyacentes al comportamiento como las normas viales, las cualidades de los vehículos, y las actitudes hacia la seguridad vial. La educación en el contexto real, o entrenamiento, trabaja sobre las capacidades y habilidades de las personas, ya sea para cruzar una calle, manejar una bicicleta o conducir un auto. ¿Se vinculan ambos procedimientos con la reducción de los siniestros y sus consecuencias? Lamentablemente, los resultados al respecto no son tan buenos como quisiéramos, o, al menos, no son concluyentes. En primer lugar, la evidencia disponible señala que la educación declarativa no parece impactar directamente en el desempeño, aunque si aumenta el conocimiento y mejora las actitudes. Hay quienes señalan que por este motivo el efecto positivo de la educación es indirecto y a largo plazo. Con respecto al entrenamiento, los resultados son contradictorios. Algunos estudios señalan leves mejoras en el desempeño, pero la gran mayoría falla en encontrar relación entre el entrenamiento y el desempeño seguro, y otros, paradójicamente, obtienen impactos negativos.
¿Cómo explicar estos resultados? Hay varias respuestas posibles. Una de ellas es que gran parte de la educación vial no es evaluada, es decir, no se evalúan las condiciones de los destinatarios al inicio de la intervención, ni durante el proceso, ni los cambios una vez finalizada. Otro problema relacionado con la falta de evaluación es la dificultad o imposibilidad de comparar distintos programas educativos. Esto se debe a que difieren entre sí en aspectos básicos como la población objetivo, las actividades propuestas, o las intervenciones realizadas. Por otra parte, cuando sí se realizan evaluaciones muchas veces recaen sobre aquello que se enseñó en un contexto de desempeño máximo, es decir, alejado del contexto real. Ejemplo de ello pueden ser algunos aprendizajes previos a sacar el carnet de conducir como esquivar conos en zigzag. Un aspecto que merece mención especial son las intervenciones que llevan al aumento de los comportamientos de riesgo. Es muy raro que la educación vial, ya sea declarativa o de entrenamiento, se ocupe del desarrollo de capacidades denominadas metacognitivas y reflexivas, relacionadas con la habilidad de las personas para reflexionar sobre sus propios procesos mentales y comportamentamentales. Las capacidades metacognitivas pueden favorecer la identificación de motivaciones y tendencias como la vulnerabilidad al estrés o a la ira; precondiciones como ser joven, estar fatigado, o ser más o menos propenso a distraerse; y/o factores contextuales, como la presión social, entre otras. Veamos un ejemplo. En un programa en el que los conductores habían recibido entrenamiento para conducir en la nieve, al contrario de lo que se pretendía, luego del aprendizaje, los despistes y los choques aumentaron, en lugar de reducirse. ¿Qué fue lo que pasó? Los investigadores llegaron a la conclusión de que el principal problema fue que el entrenamiento hizo que las personas se sintieran más seguras, y, en consecuencia, que asumieran más riesgos. Concluyeron que si hubiesen sido entrenados en la detección de los mecanismos de compensación del riesgo, y en cómo operan durante la conducción, es posible que una parte de los siniestros hubiese sido evitada. La compensación del riesgo es el resultado de la evaluación que una persona hace del riesgo al que se expone y de sus capacidades autopercibidas para enfrentarlo.
En síntesis, la educación vial no debería limitarse a la transmisión de conocimientos, el entrenamiento en habilidades, o la mejora de las actitudes, sino que debería incluir la formación en el reconocimiento de los procesos psicológicos que operan detrás del comportamiento, de los cuales muchas veces no somos concientes.