Del aplauso a la indiferencia, como si ser un héroe fuera natural
Por Germán Ronchi
Fotos: Diego Izquierdo
La vida dio un vuelco extremo de un día para el otro. Jonathan Romeo no sabía que ese día en la terminal iba a ser el último "normal". Así les pasó a casi todos en el mundo, aunque no en la misma fecha. Por este lado del planeta, más precisamente en Mar del Plata, la cotidianeidad se alteró el 20 de marzo: Alberto Fernández dispuso el DNU de aislamiento social, preventivo y obligatorio. En ese instante, prácticamente todo se detuvo por la pandemia del coronavirus.
Jonathan ya no trabajaría desde entonces en la limpieza de los colectivos de la empresa 25 de Mayo en la terminal. Como algunos de sus compañeros, es trasladado hasta Luro entre Independencia y Salta para convertirse en héroe.
Los muchachos de maestranza y limpieza son esos que en mitad del recorrido de un ómnibus urbano, suben con mamelucos de nylon blanco, barbijos y antiparras, un difusor con alcohol y/o lavandina y un paño. Limpian los caños, la parte superior de los respaldos de los asientos, la lectora de SUBE, rocían el piso y bajan, a la espera del siguiente vehículo. Así durante 12 horas diarias.
PRIMERA SEMANA
Como en todos los ámbitos de la vida, el desconocimiento causa temor. Y por entonces no había información certera, más allá de las muertes que día a día se informaban desde el otro lado del mundo.
No obstante, cada mañana Jonathan se dirigía hacia la terminal, se vestía de superhéroe, se armaba y subía a los colectivos para reforzar la higiene de aquellos, que como él, se encontraban exceptuados del Decreto de Necesidad y Urgencia.
Pero cada unidad limpia y desinfectada era un aporte más en el cuidado de los marplatenses, que lo despedían con aplausos, al igual que a sus compañeros.
EL NUEVO TRABAJO
De no ser por la pandemia, esta labor no existiría. Ahora Jonathan trabaja cuatro horas diarias más de lo habitual, reconocido en el salario que se ha modificado por el tiempo extendido y exponerse a una situación de riesgo. "Al principio teníamos miedo. No sabíamos bien de qué nos debíamos cuidar exactamente", le contó a El Marplatense.
Sin embargo, las medidas preventivas estaban claras y se sostiene al día de hoy: "Nos juntamos en las terminales, nos ponemos los trajes, llenamos los rociadores y algunos hacen la limpieza en las terminales y otros a Luro y Salta", confió.
Asimismo, explicó que los guantes se cambian tras limpiar dos o tres unidades y los mamelucos son desechados al terminar la jornada. "Nos deshacemos de todo y nos bañamos antes de ir a nuestras casas, para no exponer a nuestras familias", detalló. Y en cuanto al temor de aquellos días destacó que quienes viajaban en el colectivo también lo tenían, que era evidente "cuando nos veían subir y por lo separados que se sentaban unos de otros. Incluso había y hay gente que va parada aunque tenga asiento disponible para no viajar pegada a otra persona", expresó.
COMIENZOS DE ABRIL
Los muchachos de la limpieza, con esos trajes que parecen de una película futurista, se volvieron autómatas. No es que hayan perdido el miedo, pero realizan la higienización a mayor velocidad.
Los colectivos están más concurridos, algunos pasajeros ya llevaban barbijo y guantes. Ya no se escuchan aplausos. No es falta de reconocimiento para Jonatan: "se volvió algo natural a esta altura", excusó.
ÚLTIMAS SEMANAS
Los pasajeros han ido aumentando en número, también los barbijos: "Lo usan todos, eso se respeta", dijo el joven. Sin ir más lejos desde este medio se denunció que había gente viajando parada. La cuarentena se rompe cada vez más.
Algo que lamentó Jonathan en la conversación: "La gente no toma consciencia. Nosotros nos exponemos como muchos que deben ir a trabajar en el transporte público y se ven muchas personas por el centro, que sacan a los perros y aprovechan para pasear, se ve mucha gente en bicicleta".
Es un lamento, con algo de bronca. Parece en vano. Y no es sentimiento solamente del entrevistado por este medio. Más de una vez, antes de bajar, los encargados de la higiene del colectivo, miran hacia afuera y notan que el movimiento y circulación de personas en la calle crece día tras día y menean la cabeza, en claro gesto de lamento.
Pero no es resignación. Saben que están haciendo lo correcto. Durante 12 horas diarias, se arriesgan, se la juegan, ni más ni menos para reforzar la higiene de la personas que usan el transporte público y seguir dándole batalla a este virus. Y aunque afuera es un lío, ellos cada día se convierten en héroes.